Con la ficción como posibilidad de pregunta y polifonía para acercarse a las fibras de las masculinidades o el registro poético que cataliza el dolor y la furia en una obra literaria, dos libros de reciente aparición, "La manada" de María del Mar Ramón y "Las armas" de Belén Zavallo, indagan desde lugares muy distintos violencias que ejercen grupos de varones y que dejan marcas inenarrables: ¿Cómo conversa la literatura con prácticas aberrantes y cada vez más recurrentes? ¿Qué intersecciones puede iluminar la ficción para reflejar la realidad?
Mientras la realidad se tajea dolorosa con violencias que de tanto repetirse parecen construir una realidad dada de abusos, golpes y maltratos propulsados por un sistema opresor cifrado mayoritariamente en la condición de género, la violación grupal que ocurrió esta semana a plena luz del día en el barrio porteño de Palermo, como tantos otros abusos hacia mujeres, disidencias, infancias y también pares, reactiva la "emergencia de una estructura de fondo", como señalaba hace unos días la antropóloga Rita Segato, en la que la masculinidad funciona como mandato, como "título que debe adquirirse, una fratría que tiene una estructura corporativa que lleva a una gran obediencia entre los hombres".
Si así de compleja es la realidad histórica. ¿Cómo conversa la literatura con lo a priori incomprensible, con esta estructura? Dos primeras novelas, que fueron publicadas en los últimos meses, orillan en algunos de estos sentidos y funcionan como encuentros contrapuestos donde la violencia se hilvana en acciones grupales cometidas por varones pero también en otras violencias interseccionales en la vida de sus protagonistas: de clase, de pertenencia, del sistema jurídico, de familias. En "La manada" (Emecé), María del Mar Ramón construye una ficción que toma como punto de partida un ataque que llevan adelante un grupo de adolescentes contra otro muchacho, lo que termina en un desenlace trágico; en "Las armas" (agua viva), por el contrario, Belén Zavallo en una primera persona ficcional recorre las violencias a las que fue sometida como mujer y el dolor como madre cuando su hija es abusada por un grupo de varones.
Mientras Ramón busca acercarse a la alteridad que le representa la masculinidad desde las emociones para comprender la mirada o punto de vista de otros, Zavallo encuentra en las palabras, precisamente, la forma de armarse para gritar la furia de la violencia patriarcal y, quizá, curar algo del dolor. En ambas novelas, hay madres que sufren y protegen.
Con la ficción como posibilidad de pregunta y polifonía para acercarse a las fibras de las masculinidades o el registro poético que cataliza el dolor y la furia en una obra literaria, dos libros de reciente aparición, "La manada" de María del Mar Ramón y "Las armas" de Belén Zavallo, indagan desde lugares muy distintos violencias que ejercen grupos de varones y que dejan marcas inenarrables: ¿Cómo conversa la literatura con prácticas aberrantes y cada vez más recurrentes? ¿Qué intersecciones puede iluminar la ficción para reflejar la realidad?
Mientras la realidad se tajea dolorosa con violencias que de tanto repetirse parecen construir una realidad dada de abusos, golpes y maltratos propulsados por un sistema opresor cifrado mayoritariamente en la condición de género, la violación grupal que ocurrió esta semana a plena luz del día en el barrio porteño de Palermo, como tantos otros abusos hacia mujeres, disidencias, infancias y también pares, reactiva la "emergencia de una estructura de fondo", como señalaba hace unos días la antropóloga Rita Segato, en la que la masculinidad funciona como mandato, como "título que debe adquirirse, una fratría que tiene una estructura corporativa que lleva a una gran obediencia entre los hombres".
Si así de compleja es la realidad histórica. ¿Cómo conversa la literatura con lo a priori incomprensible, con esta estructura? Dos primeras novelas, que fueron publicadas en los últimos meses, orillan en algunos de estos sentidos y funcionan como encuentros contrapuestos donde la violencia se hilvana en acciones grupales cometidas por varones pero también en otras violencias interseccionales en la vida de sus protagonistas: de clase, de pertenencia, del sistema jurídico, de familias. En "La manada" (Emecé), María del Mar Ramón construye una ficción que toma como punto de partida un ataque que llevan adelante un grupo de adolescentes contra otro muchacho, lo que termina en un desenlace trágico; en "Las armas" (agua viva), por el contrario, Belén Zavallo en una primera persona ficcional recorre las violencias a las que fue sometida como mujer y el dolor como madre cuando su hija es abusada por un grupo de varones.
Mientras Ramón busca acercarse a la alteridad que le representa la masculinidad desde las emociones para comprender la mirada o punto de vista de otros, Zavallo encuentra en las palabras, precisamente, la forma de armarse para gritar la furia de la violencia patriarcal y, quizá, curar algo del dolor. En ambas novelas, hay madres que sufren y protegen.
"Las armas" de Belén Zavallo
Con un relato estremecedor, doloroso pero también capaz de iluminar las grietas de las heridas de la violencia, Belén Zavallo (Paraná, 1982) recorre desde una escritura muy poética narrada en una primera persona los abusos a los que fue sometida la narradora desde muy pequeña, acaso como forma de convertir el dolor de un episodio en la vida de su hija que la desgarra. "Escribir -dirá la narradora de esta novela- es atravesar cristales y sacarle los tonos del dolor. Y salir con las plumas abiertas". ¿Puede, entonces, reparar la literatura, convertir la furia en poesía, hacer transitable el dolor? Para Zavallo, como para su narradora, la misma que cuenta cómo se le astilla el cuerpo cuando se entera que su hija fue violada por un grupo de varones, la literatura "es transformadora".
Y así lo reflexiona: "Hay para mí una parte de la carne que se corre del hueso cuando leo a autoras, poetas y escritores que me conmueven desde distintas emociones. Escribir, por otro lado, es permitirle al cuerpo recuperar la memoria, y en esa búsqueda del lenguaje para decirse qué le pasa y qué le pasó, como hace la narradora de ´Las armas´ incluso mostrando su proceso de escritura, es cuando te enfrentás con los temblores de la voz, los matices del miedo, la desesperación. Y no queda sólo en eso, en escarbar el pozo, también aparece la fe en la palabra como algo que puede hacer. La palabra como una hendija, un verso de Borges habla de las grietas y el Dios que acecha ahí en la luz que se filtra".
En palabras de la autora de "Lengua montaraz" (Ana editorial) -poemario que se llevó el tercer puesto de la primera edición del Premio Storni-"hay algo muy artesanal en escribir y en eso me viene la imagen de las costureras. Mi abuela que cosía y bordaba, mi madre que siempre mojó con sus labios la hebra y emparchó nuestra ropa. En esa disposición de las manos por remendar las prendas que abrigarían el cuerpo, en esa búsqueda por encontrarles colores y formas a las tramas de las telas, pienso que hay un gesto propio de la escritura y de las madres. Como hija fui absorbiendo la mirada de estas mujeres tan fuertes en mi vida, la lucidez de mi hermana, las precauciones que impartían con mi madre me hicieron advertir tempranamente el peligro, pero también en sus lenguas desmenuzaban las salivas. Había saña en otras mujeres para sostener la maldad de los hombres", dice.
Es que en "Las armas", el dolor desesperado de la narradora por el abuso de su hija también reactiva en ella la identificación de prácticas que en su vida estuvieron atravesadas por la violencia, una violencia que no es propiedad de varones sino que hace pie en un sistema que involucra a otras mujeres y poderes, como el de la justicia. "En la novela por eso también como en la vida, donde siempre es más duro el tránsito, están esas ponzoñas en bocas de varones y de las hembras que le alimentan el veneno. La fiscal de género, la psicóloga con hijas de la misma edad, la chica que le grita 'violada de mierda', esas mujeres ficcionalizadas que fuera de la obra una se cruza y padece. La literatura es más potente porque te permite hacer visible la verdad. En la realidad vas y denunciás en las oficinas correspondientes, y eso es mucho más duro que lo escrito en cualquier novela".